El perro que no ladra. Abrí el portón y me asomé tímidamente a la calle. Dirigí mi atención al único árbol que embellece mi vereda, un majestuoso paraíso cuyo crecimiento desafiante ha levantado las baldosas circundantes. De vez en cuando, me dedico a regarlo, esperando que florezca y disperse esas singulares semillas que lo caracterizan. Algunos niños, al salir de la escuela que se encuentra en la esquina, las utilizan como inofensiva munición. Con la llave de la canilla en mano, comencé a mover la manguera de un lado a otro, sumergiéndome en la tarea. Mientras ojeaba distraído mi teléfono, volví mi mirada hacia adelante y ahí estaba, el peculiar Golden observándome con su carita feliz. Este curioso can del vecino desconocido, parecía disfrutar enormemente del juego con el agua, y la manguera se convirtió en su fuente de alegría. Ladro alegremente, así que, divertido, apreté la manguera con el pulgar y direccioné el chorro hacia su casa. Con impaciencia, corrió y atrapó el agua a pr
Explora el universo literario en la penumbra de la Luna de Tinta.