Dios infante. Nos miramos los tres, sin decir palabra pues sabíamos perfectamente que continuaba ahora. Guardamos silencio, expectantes ante la nueva figura de un guerrero, este respiraba agitado, lleno de sangre con la cabeza del cuarto hermano entre sus manos. Aturdido, dé repente sobrio de la dulce droga que lo trajo ante nuestros pies, la ira. La desesperación lo llevo contra el cuarto hermano, y se encontró enfrente nuestro mientras bebía la sangre del Dios antiguo. No dijo una palabra, pero no dejo de vernos. En realidad, me veía a mi entre mis hermanos, puesto que yo permanecía enfrente de el con la mirada severa, sabia a que venia y cuando vendría, pero mis nobles hermanos no quisieron escuchar. No guardamos luto por los dioses caídos, pero si nos permitimos ser cautelosos y reservados con el recien llegado, era el asesino de Dioses, como otros fueron en su momento y lo serán. Abrió la boca, con los ojos horrorizados y no pudo pronunciar ninguna palabra, hasta que finalmente
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