La luna. Relato.

 Toda la vida he venerado la luna, aquella que sigue en silencio alejándose con la vista pegada en nosotros, escondiéndose eventualmente, ocultándose, la luna se mengua en una cuna o se llena de brillos. Es aquella figura inherentemente femenina que nos mira permanentemente. 

Es el escenario de los sueños de los hombres que ven mas allá y en su infinita imaginación, la alcanzan. La luna es todo y a la vez nada, es una metáfora de un sueño inalcanzable, la que ilumina a los amantes y a los perseguidos, es la compañía de las personas solitarias y la fuente de inspiración infinita y al mismo tiempo el símbolo de los derrotados. 

La luna se alza en el fondo del firmamento, de las películas, de aquello que es tenebroso, incoherente, la que despliega el velo de oscuridad infinita y cautelosa, es el reflejo en los charcos y el poder del mar. Pero a su vez, significa cosas tan oscuras y superficiales para los humanos. 

Para mi, la luna es aquello a lo que te aferras cuando no te queda nada. Cuando pierdes todo, llorando debajo de las estrellas la luna ilumina tus lagrimas, te acaricia con su velo y seguís adelante. Te observa desde el atardecer y se despide al amanecer, la luna es aquello que todos podemos estar seguros de que es real. Por que vemos la misma luna, nos ilumina por partes iguales.

A veces, cuando rezo le suplico que me deje verte. "Que la luna nos permita volver a vernos", porque despues de todo, no estamos lejos si siempre podemos ver la misma luna. Si dormimos bajo el mismo cielo, no dormimos lejos. 

La luna no puede ser tocada, aunque grites no te escucharía, es inalcanzable pero puede tocarnos. En nuestro corazón, ingresa sin ser invitada y se instala ahí con su profundo sentimiento de soledad. ¿Cuántas veces lloraste con ella cómo testigo? Pero no te consuela, no dice nada. La luna es así, celosa y al mismo tiempo compañera. 

Quisiera tocarla.

Pero ella siempre se escapa de mí. 

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