¿De dónde viene el humo?
La ciudad se llenó de humo. Manteníamos las puertas y ventanas cerradas, colocando un trapo húmedo en la entrada para evitar que el aire contaminado se filtrara. No compramos un burlete para la puerta porque genuinamente creímos que el humo duraría solo un par de días, hasta que la corriente de viento primaveral lo dispersara y lo llevara a donde sea que terminan las nubes oscuras.
Las redes sociales se inundaban con mensajes paranoicos sobre lluvia ácida o armas biológicas. Yo había olido el humo al entrar a los perros y, aunque áspero, me parecía simplemente el olor de un incendio. Ese característico olor carbonizado, la irritación ligera en la garganta… nada parecía fuera de lo común. En el noticiero decían que era un incendio en el Amazonas, pero me sorprendió lo rápido que se propagó. En cuestión de horas, Buenos Aires estaba completamente cubierta.Los autos encendían las luces altas, y a la tarde ya era noche. La temperatura cambió abruptamente; hacía frío, y no soplaba ni un poco de viento. Nadie me había mandado un mensaje, pero tampoco me preocupé por escribir a nadie. Mi familia seguía trabajando, usando barbijos y gafas, pero sus rutinas no habían cambiado.
Hasta que me enfermé. Comencé con una tos aguda y algo de congestión. Pensé que el cambio de temperatura me había causado un resfriado leve, pero me sentía agotada. Pasaba todo el día en cama, sin fuerzas siquiera para cocinar. La taza de té se me caía de las manos. Escribí en las redes sociales preguntando si más personas estaban así. Quizás el humo me había causado una gripe o algún amigo me había contagiado. Mi publicación se volvió viral, y muchas personas comenzaron a compartir sus síntomas deplorables.
Un mensaje privado llamó mi atención: "¿Viste tus pies? Mi abuela salió a entrar las plantas y ahora tiene las piernas verdes. No se mueve. Pensamos que está agonizando, pero las ambulancias no llegan." Le envié el mensaje a los noticieros, pero lo ignoraron, tratándolo como paranoia. Al sentarme en la cama, con gran esfuerzo, noté que mis dedos de los pies estaban verdes. Ya no sentía ni podía moverlos.
Decidí hacer un video en vivo para intentar responder a las preguntas que todos teníamos: ¿Es contagioso? ¿Es mortal? ¿De dónde viene el humo? Los noticieros daban mensajes erráticos, contradiciéndose constantemente. Apenas habían pasado cuatro días, y el humo no se movía. Cuando vi la cadena nacional, ya había perdido las piernas.
"No es humo, repito, no es humo." El científico en la pantalla estaba demacrado, empapado de sudor, y su voz temblaba de pánico. "Solo se contagia por esporas. Es un hongo que liberó esporas en el Amazonas. Estas están cayendo sobre Buenos Aires. Si tienen un familiar infectado, aléjenlo de la casa, sáquenlo afuera." No podía respirar. "El hongo está creciendo dentro de ellos. Cuando empiecen a ponerse verdes, sáquenlos. Gritarán y morirán, liberando más esporas al ambiente."
Mi madre lloraba; mi hermana permanecía inexpresiva. Yo no podía pensar. Solo escuchábamos el mensaje una y otra vez, hasta que el científico añadió una última frase.
"Ciudadanos, no hay tiempo. Cerraremos las fronteras y esperaremos." Hizo una pausa, pero entonces vimos el cañón de un arma apuntando hacia él. "No enviarán ayuda." La transmisión se cortó justo cuando el disparo resonó. Mi hermana me envolvió en las sábanas y me arrastró afuera. Se colocaron sus barbijos y me dijeron adiós. No hubo lágrimas, solo un terror absoluto.
Gracias a Dios, no alcanzaron a ver a los perros callejeros transformados, intentando morder las rejas de hierro, ni a los humanos que se levantaban, deshaciéndose en pedazos.
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