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Relato. El ciego que vio al mudo.


 El ciego que vio al mudo.

Se dejo arrastrar lentamente por el camino creado por mil pies desconocidos, que vociferan gemidos y gritos guturales sin ton ni son, hacia delante. Siempre hacia delante, se rasguñan entre ellos cuando se sienten caer, pero al mismo tiempo se empujan porque no saben, el borde o el precipicio, se siente en sus pies descalzos. Esa caída infinita que no ven, que no existe, pero alguno piensa ingenuamente que sí y contagia a los demás con su temor, y continua por el fin de los tiempo ese miedo. 
Hasta que aparece él, sin saber como o donde, entre la multitud aplastado respirando con dificultad lo tiran hacia afuera del camino porque se resiste, ve el horizonte y salta hacia el, apenas se mueve y cuando lo hace, cae bruscamente al piso. No emite sonido, para el salvaje rio de ciegos desaparece por un precipicio o un agujero que los asesina, siguen gritando y avanzan. Pero él se gira sobre si mismo, y se levanta por primera vez sin apoyarse en nadie, sin compartir el aliento ni la restricción en su pecho. 
Toma una gran bocana de aire, que le quema las costillas, el aire es frio, fresco, le duele en la garganta y los pulmones, se siente desprotegido y comienza a llorar, extraña a su familia que siempre lo apretujo y contuvo. Se derraman las lagrimas sin emitir sonido, gorgoteo afonico apenas se escucha como un murmullo que es absorbido por el mar de gente, que se encuentra desconocido y distante, no sé ve en esos brazos que ni siquiera le suplican. 
El ya no existe ahi. No hay nada que lo necesite, pero la nostalgia le impide alejarse al bosque, las estructuras ajenas que ve, asi que camina junto a ellos. El los ve, sus manotazos al cielo y las bocas entreabiertas que suplican en un idioma que no existe, gritan, lloran, ruegan, gozan del calor de otros cuerpos y la seguridad que este les provee. Por primera vez desea emitir un ruido, pero nada sale, solo lagrimas de sus ojos vigiles. 
Sus pie se detienen cuando el rio humano hace un giro brusco en un camino estrecho, y va hacia un cueva en la que los gritos se silencian. Gira sobre sus pies y enfrenta su temor, con sus piernas débiles y tambaleantes, ingresa al bosque para encontrarse con uno de ellos. Su boca respira entreabierta, esta desnudo pero no parece importarle, se detiene cuando su cara desfigurada se dirige a él. Respira, se sienten sus alientos nauseabundos y el olor agrio a sudor lo altera, no lo conoce. Pero el extraño ciego no se inmuta, pero sonríe con mucho esfuerzo. 

—Te estuve esperando, hijo mío.—

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