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Relato. Princesa enamorada.

Miré el cielo desde el quinto balcón del castillo, donde el sol se despedía en un espectáculo de fuego sobre el implacable mar que rodeaba nuestro reino, aquel lugar en que las olas rompían contra el risco. Mi balcón era uno de los únicos que daba encima de una cornisa rocosa de dientes afilados, donde se veía a lo lejos un reino bondadosos y cálido. No como el nuestro, que es gélido y cruel, a la sombra de un imponente rey. Que fatídico es el destino, miré las lunas, el curioso cielo que nos cubría otra noche más. El manto estelar me envolvía en un egoísta abrazo.

Pero no sentía nada. No habia una corriente tan fría que pudiera cruzarme de lado a lado, como lo hacia su mirada. Poseía yo, en nombre de mi titulo como princesa, un guardia especializado en protegerme, en dar su vida por mi. Aquel hombre alto, de voz gentil que me cuido por años, su mirada siempre buscaba la mía y su labor era cumplido al pie de la letra. Podía confiar plenamente en él. ¡Ninguna otra doncella podría decir algo así o remotamente parecido de sus maridos! 

Porque no éramos maridos. 

Siempre me repetía que era su trabajo, que no habia nada especial entre el o yo, si no hubiera dinero de por medio el no movería ni siquiera su rostro para protegerme. El honor de morir en mi lugar, lo llenaba de grandeza, aquella que un plebeyo busca por el bien de sus hijos, por que obviamente estaba casado, y yo de pareja. Un acuerdo en papel que nos permitía al príncipe Alin y a mi, recorrer en solitario el jardín de nuestros castillos, con los guardias un poco mas lejos de nosotros. No habia química, ni mucho menos, pero henos aquí cumpliendo nuestro destino lo mejor posible. ¡Y que amable joven es! Pero su corazón le pertenece a una sirvienta.

Una joven doncella de piel morena, que el ama, que su amor se funde entre sus pieles cada noche. La mandaré a matar en cuanto nuestro matrimonio este consumado, a ella y si de poseer hijos, tambien a ellos. Es importante que no haya descendencia mezclada por ahi. Por eso no le he contado a él de mi amor incompleto por el guardia, de todas formas, por su parte no hay nada y yo no veo mi vida sin el. 

¡La luna solo ríe a mis anchas! Mi belleza solo es producto de los impuestos de mis súbitos, mi conocimiento le pertenece a mi padre y sus innumerables viajes, donde ha traído a profesores y sirvientes, mi vida depende de miles de cosas que salieron bien. ¡Y deben seguir así! Por eso mi amor por el guardia debe de permanecer así, no correspondido, durmiente, secreto... agónico. 

Y siento su voz detrás de mi, un susurro pesado preguntando si me dormí. Pero no, estoy sentada a pie del balcón, sin mirarlo. Pero no contesto, escucho la puerta cerrarse y sus pasos lentos dentro de mi dormitorio, se me estremece la piel y me relamo los labios, su calor corporal lo siento en toda la espalda. A menos de una cacerola de distancia, sus manos se posan suavemente en mis hombros y siento la caricia suave con sus pulgares. 

Susurra una disculpa egoísta, y aprisiona mi garganta en un rápido movimiento. Me ahogo, sin poder emitir ruido alguno, intenta hacer un movimiento rápido que no logra concretar, porque me levanto rápidamente de la silla y el se estabiliza, conto con que estaría dormida. pero no bebí mi copa hoy, el olor acre no me lo permitió y como un golpe de realidad me agache, empujando su cuerpo sobre el bordillo del balcón. Llevándose mi collar de perlas con el. Su alarido fue desgarrador, al igual que el golpe contra la filosa hilera de dientes al final de la cornisa. Su sangre broto hacia el mar, apenas visible como una mancha deformada. Amorfa y sangrante. 

El castillo se transformo en caos, y el rey apareció en mi habitación para abrazarme y alejarme de la cornisa. Pensé entonces en la amada esposa de mi guardia, y sus hijos, tan pequeños que quedaron huérfanos. mi padre cruzo miradas conmigo, en mi cuello parecía no haber marcas, y dude si contarlo. Mi confesión, como único testigo y victima podía arruinar la vida de esa joven madre viuda. Y elegí hacer lo correcto, mi deber como princesa cuidando al pueblo. 

"El intento matarme, como no pudo, saltó" Dije sin rodeos. 

Con otro guardia a mi lado, cuya presencia era tan anónima como su rostro desconocido, me adentré en la cama. Nunca me molesté en aprender sus nombres, pues para mí, eran simplemente figuras intercambiables que garantizaban mi seguridad.

Al amanecer, me asomé al otro lado del castillo para observar el nuevo revuelo. Una de las pocas intrigas que rompían la monotonía en el reino del hielo se desplegaba ante mis ojos. Una pequeña "masacre" o "justicia", como algunos preferían llamarla, estaba a punto de consumarse. Una familia incompleta, acusada de traicionar la corona, se preparaba para enfrentar la horca.

La ejecución, aunque rutinaria en nuestro bello reino, ofrecía un ligero entretenimiento. Mi rostro permanecía impasible mientras el drama se desenvolvía ante mí. ¿Acaso experimentaría alguna emoción ante la tragedia de otros? Como podría, si esa mujer obligo a mi amado a matarme por un puñado de monedas. 

La familia condenada reflejaba la desgracia que puede sembrar una sola elección equivocada. Pero, sus destinos eran simplemente marionetas en el teatro de la corona. La justicia, tan subjetiva como la moral, se desplegaba como un espectáculo macabro.

Con la mente fría como el hielo que caracterizaba mi reino, presencié la escena sin pestañear. Las cuerdas se tensaron, el alarido de la madre resonó en el aire helado y los niños quedaron huérfanos en un instante. La "justicia" se había ejecutado, y el reino se quedo en silencio.

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