Cuando cumplió dieseis años le dieron a elegir la decisión mas importante de su vida, antes de colocarle el chip endocraneal para elegir sus emociones, que a estas alturas del siglo se habia perfeccionado en dos opciones que engloban el resto de la vida de un ser humano. Elegir enamorarse a voluntad o elegir no sufrir por amor. Todos habían elegido siempre la ultima opción, era tanto así que los médicos casi ni siquiera escucharon cuando Lorenzo eligió la primera. Tuvo que repetir su elección en el consultorio, incluso tres veces, para reafirmar que el eligió enamorarse.
—Podrías morir de corazon roto —Dijo el medico, se sentó al lado de Lorenzo y le sostuvo la mano— Siempre es mejor la segunda opción, si la primera fuera buena, no existiría la segunda.
—Si es una opción, es buena opción— Contrarresto el adolescente— Quiero vivir sintiendo todo, asi sea un corazón roto.
El medico lo hizo firmar un consentimiento a él, y cuando sus padres llegaron y firmaron, coloco el implante. La decisión que toma unos tres minutos, llevo cuatro horas con el joven, estaba cansado pero firme en su postura, el deseaba sentir todo eso que sus viejos libros contaban. ¡Quería vivir una historia de amor! Con todas las consecuencias, quería ser un valiente que se atrevía a amar pese a las consecuencias.
Sus padres le prohibieron enamorarse mientras vivía en su casa, con esa ley puesta, apenas tuvo un trabajo despues de la universidad se fue. Y ahora estamos aquí, observando por primera vez desde su nuevo departamento hacia el trabajo, mirando todo con otros ojos, el viento lo empuja con una caricia de amor hacia la puerta del trabajo y el se enamora. Se enamora perdidamente del viento, de las hojas, de la forma caprichosa de la copa de los arboles y los rectos arbustos que delimitan terrenos, susurra palabras coquetas para las aves madrugadoras y mira con dulzura las baldosas del camino.
Se enamora, de cosas que jamás lo corresponderán, de nada y todo, del amanecer y la luna, respira apurado mientras su corazon se apreta del amor que siente hacia el mundo, se sube por la garanta al pensar lo afortunado que es al vivir un momento tan especial como este. ¡Que esa nube que pasa el cielo es perfecta, única e irrepetible! Que afortunado es de estar vivo.
Y se enamora, del sonido de la puerta al entrar al nuevo trabajo, de la muchacha de seguridad con sonrisa cálida, del compañerismo del primero que lo saluda, del ambiente de su trabajo, se enamora una y otra vez de cada persona con la que comparte un suspiro. No puede evitarlo, la emoción, la adrenalina, desea entregar su vida a todo lo que ve.
En su primer día le llaman la atención, y baja a la tierra donde teclea en su computadora números que jamás vera en una empresa que ni siquiera es parte, porque su trabajo es de una compañía mas chiquita que lo contrato por tiempo determinado. Si, un día no volvería jamás, eso le apretaba el corazón de otra manera. Porque, es así, un día no volverá a verlos. Todo desaparecerá. No habrá mas hojas en el aire, será otra estación del año y probablemente todo se gaste y se consuma.
Se ahoga.
Una sensación que no conocía lo aprisiona, sus ojos se empañan y el estomago se le da vuelta. El desayuno sube e intenta salir mientras se ahoga y apreta fuerte la mandíbula para no llorar. No sabe que sucede, pero siente que perdió algo que jamás volverá, un sentimiento tan profundo.
—¿Corazón roto, eh?— Una voz suena atrás de él, y no se voltea, siente una calidez en su espalda y una presión a sus costados. Un abrazo, un compañero lo esta abrazando y se siente mejor. Cálido, acompañado, como si ese enorme abismo a donde descendida se hubiera hecho un pequeño pozo, apenas profundo lleno de agua.
Y se enamora, sin darse cuenta, de la sensación de tener el corazón roto.
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