Sin tiempo de sanar.
Estaba disfrutando de un mate cuando sentí un dolor. No le presté mucha atención; la realidad es que no tenía tiempo de detenerme. Había que realizar tareas, limpiar, preparar la comida porque Mauro regresaría pronto del trabajo, comería rápidamente y luego se dirigiría a su segundo trabajo. No hay tiempo para sentarse a experimentar el dolor. Ha disfrutarlo.
Y el dolor persiste. Pero no tengo tiempo; serví la comida y Mauro apareció puntualmente, dejó la mochila en la puerta, pasó olímpicamente a mi alrededor y, con un beso, se lavó las manos antes de sentarse a devorar su cena —¿Hay gente que tiene tiempo para sentir dolor?— Pregunté mientras me sentaba a tomar mates, observándolo comer milanesa.
—No hables más tonterías, má— Dijo Mauro tomando agua, —no es tiempo lo que nos falta, es plata— Me acarició la cabeza y en cinco minutos ya estaba afuera con una botella de agua helada de la heladera. "Fría no se siente el gusto a lavandina", me dijo. Quedé sola en la pequeña casa donde crié a mis dos hijos, y durante un tiempo mi hermana también crió a Martín. Le envié rápidamente un mensaje a mi sobrino agradeciéndole.
Le pregunté si podía poner algo frío en la fractura para no sentir dolor y así poder seguir limpiando. Porque tengo que limpiar la casa de los Caballero para poder comer; ellos me pagan por hora. Y él respondió que pasara por su casa antes para que me viera. Soy muy afortunada, porque no tengo tiempo para sentir dolor ni plata, pero mi hijo me abraza y trata de salir adelante. Aunque me gustaría que él tuviera tiempo para tener cicatrices que duelen y reposar para que puedan curarse.
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