Ir al contenido principal

Relato. Lagrimas.

 Lagrimas

¿Qué palabra podría escapar de mis labios cuando ya nadie puede escuchar? El silencio se convierte en un pesar insoportable cuando aguardamos una respuesta desde la inmovilidad de un cuerpo sin vida. Estoy dispuesto a ofrecer las respuestas que mis seres queridos y amigos imploran, aunque sus voces se quiebran en un ruego desgarrador, ahogada por la sorpresa y la incredulidad que les embarga. Las palabras se deslizan por el aire en gritos y confesiones desesperadas que llegan hasta mí, pero no hay eco en retorno.


Imagen con IA
No es que no quiera responder, porque en realidad lo anhelo con todo mi ser. Mi deseo más profundo es consolar a mis seres queridos. Sin embargo, me han vestido con elegancia y pintado un gesto en mi rostro que ya no siento. Mi piel se ha cosido al semblante de una sonrisa perpetua que proclama mi despedida. ¿A quién consultaron antes de tomar esta decisión? ¿A esa figura esquelética que observa sin mirar a todos los presentes? ¿Quién es ella?


¿Quién la llamó aquí? ¿Quién la trajo a este lugar? Tal vez fue el cigarrillo, que siempre me brindó su veneno pegajoso y placentero. ¿O fue el alcohol? ¿O quizás ella viene por su cuenta, sin necesitar invitación ni motivos personales, simplemente manteniendo un equilibrio en un mundo que va más allá de nuestro entendimiento? Y aunque yo no entienda, estoy atrapado en el pino y el terciopelo, sin sentir nada en absoluto. Ni la calidez de la mano de mi hijo ni la caricia suave de mi esposa en mi frente.


Una lágrima de cristal, fría y artificialmente brillante, se desliza por mi ojo inmóvil. Mientras esa lágrima cae sobre la tela del féretro, comprendo que es la última.




Comentarios

Puede que te guste...

Relato. Hogar.

 Hogar Sentía una brisa cálida que ingresaba por la ventana, la garganta se sentía seca y probablemente no eran más que las cinco de la mañana, aún faltaban unas horas para levantarnos, me giré con los ojos cerrados sin tocar nada al lado de mi cama. Volví a dormirme.  Pero me desperté de golpe, siendo arrastrado por el brazo y tropezando con todo en mi camino -agarre un pantalón que colgaba de la puerta-, no supe hasta más tarde que fue mi esposa la que me sacó de la casa. No podía ver nada más que negrura y una espesa capa de algo agrio me llenaba los pulmones de Hollín. Fue asqueroso, pero el toser me lastimaba la garganta, me cubrí con la toalla húmeda que deje en la silla, cortesía de la ducha nocturna. Mi esposa me arrastró por la habitación, y el living comedor, hasta la salida de emergencia, donde nos topamos con varios vecinos y logramos salir del edificio. No pude abrir los ojos en ningún momento.  Lo primero que hice fue flexionar las rodillas y respirar con dificultad, más