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Relato. La enfermera que desapareció.


 Estoy llegando un poco tarde al trabajo, el hospital queda bastante apartado de mi vivienda, -así evito hacer horas extra-, no estoy llegando tarde porque me quedé dormida. Más bien, estoy retrasada porque camine unas calles extra para evitar cruzarme con mí compañera de trabajo, Verónica. No la odio, solo  es demasiado perfecta para verla desde tan temprano, recién van a dar las siete treinta de la mañana. No puedo con toda "esa aura" que tiene a su alrededor, esa felicidad, esas… ganas de vivir.

—Disculpe. Se le cayó esto.



Me giré sorprendida y miré sobre mi hombro, al señor con barba y despeinado, me estaba acercando un llavero de corazón, rosa y muy esponjoso. No era mucho más alto que yo, tampoco un vagabundo. —Eso no es mío. —Por poco escupí e intenté caminar, pero la voz del hombre me interrumpió nuevamente. Se escucha tan sumisa y poco amenazante, ni siquiera me di cuenta que me quede detenida en la transitada vereda de la avenida. No sabría decir si la escuché antes.

—¿No? —El hombre acercó el llavero a su pecho y miró a los lados —Podría jurar que era de usted, lo siento… ¿Y no se lo quiere quedar?


Mire el rostro del señor, tendría unos treinta y tantos años mal vividos. Realmente se veía descuidado o como quien vive cerca del supermercado, y bajó a comprar pan. Sus manos se veían bien, la piel seca, pero las uñas limpias. Quizás hace mucho tiempo no recibió buenos tratos de los hombres y no dudé —Bueno, puedo aceptarlo, gracias. 


Me extendió el llavero, intercambiamos una sonrisa y nos despedimos. Fue un encuentro extraño, pero sin duda lo recordaré como la vez que un hombre me regaló un llavero. Me quedé sonriendo hasta la llegada al hospital, y durante el viaje en tren lo coloque en mi cartera. Se veía bien, me hacía feliz. 


Llegué al trabajo con la cara adolorida, hace mucho que no sonreía. Aunque a decir verdad, ahora que estoy limpiando mis manos en el baño del vestidor,  mirando mi cartera dentro del locker, este accesorio no se parece nada a mi.  Es lindo y suave, rosa, con forma romántica y lo siento brillante. A Verónica le quedaría espectacular, sería hermoso y ella lo llevaría con tanto orgullo. 


—¿Cómo era esa palabra? —susurre secándome las manos— ¡Con porte!


Entre al turno, intercambiamos novedades con el turno noche y nos pusimos en marcha. Veronica entró poco después y trajo el desayuno del comedor.  La escuché contarme su noche y la puse al día con el turno, ella me pidió que me ocupe de la computadora.


— Las computadoras no son lo mío —dijo con una sonrisa, dejó los desechables en la basura y se encaminó a ver a los pacientes y controlar la medicación. Me giré sobre mis talones y caminé a la oficina. Empezamos a trabajar.


Teníamos una habitación grande con nueve camas, está vez solo tres estaban ocupadas, el baño de los pacientes está junto a nuestra pequeña oficina con los monitores y las computadoras, también tiene un diminuto baño. Podía oírla tararear a Verónica mientras dialogaba con el paciente masculino despierto, Tomás de cincuenta y tres años. 



He ganado otra vez el solitario. El turno va lento, así que puedo permitirme jugar tranquilamente, aunque acomodó los papeles sobre el escritorio según arme un juego. Tampoco quiero que mi compañeras vean que estoy en la computadora jugando, en vez de armar las nuevas historias clínicas digitales.  Si, mi trabajo no es este, pero alguien tiene que hacerlo. A decir verdad, vengo varios viernes haciendo la misma rutina: Sentarme detrás de la computadora cinco horas de mi turno de nueve, ponerme a teclear,  llenar documentos, partida de solitario, ojeo mis pacientes; vuelta a empezar.


Suspire tirando la cabeza hacia atrás, mirando esa condenada luz blanca fluorescente que quema las retinas. La luz del hospital me quema los ojos y probablemente me quitara el sueño si no trabajo de día. Tampoco me gusta este turno laboral, ni este hospital, menos hacer estás tareas. Pero a decir verdad, hace mucho que me dejaron de gustar varias cosas. 


— ¡Qué día! —Se acercó Veronica, su pelo color cobrizo debajo de la cofia siempre se veía impecable, aunque su uniforme estaba todo arrugado y lleno de sangre— No me lo vas a creer, ¡Adivina que me paso!


Estaba parada en la puerta de la oficina, jadeaba por el cansancio de su aventura desconocida. Ella es mayor que yo, su energía era envidiable y su pasión por el trabajo, sinceramente era increíble. La respeto demasiado, me acomodo en la silla y contestó con una sonrisa. Al ver sus ojos verdes brillando, supe que era la paciente con demencia senil—Carmina… — Ni siquiera pude terminar. 


—¡Se arrancó la vía! ¡Las dos! —Comenzó a crear una sonrisa y a murmurar, bastante alto, entre risas,  como a quien le cuentan la historia más ocurrente, mientras buscaba entre los tupper de la mesada agua oxigenada para limpiarse la sangre— No solo eso, como si fuera poco, me gritó por no haberla bañado. ¡Pero si la bañe recién! 


Suspiré, rápidamente señala el cajón donde estaba lo que buscaba e indague un poco más en la historia— ¿Y cómo te llegó la sangre al uniforme?


Comenzó a limpiar su uniforme con el frasco y una gasa limpia, se sentó coqueta y delicadamente dejó caer las gotas, haciendo el ruidito burbujeante que sabemos de memoria— Carmina se puso muy nerviosa, así que me olvidé del uniforme —



Hizo un silencio mientras se acomodaba en la silla frente a mi, y quedamos en silencio en la sala de enfermería. Fregó con fuerza la machas, y colocó más agua oxigenada. De repente suspiro y su rostro se quedó lúgubre. 


Hace mucho, Verónica, Elías y yo intentamos asistir en una vía central. Es un procedimiento que podemos hacer solos con el médico, pero había pocos pacientes. Yo solo observé desde la puerta, y Verónica estaba acomodando unas bombas de infusión del paciente. Cuando el cirujano, sin saber cómo, corto demás con el bisturí.


Elías intentó parar la hemorragia y el paciente comenzó a gritar y moverse. Fue un caos, cuando quisimos saber qué estaba pasando, yo estaba activando la alarma y yendo a buscar el carro de paro. Cuando volví, Elías estaba en el piso, y Verónica estaba haciendo compresiones cardíacas a un hombre que estaba totalmente seco. Su sangre goteaba en la camilla y cubría por completo a Verónica. 


El médico culpó a Elías y fue despedido. Verónica se culpó a sí misma. El médico fue trasladado poco tiempo después, y seguimos sin un compañero desde entonces. Ni siquiera se cuanto tiempo paso en todo eso o porque solo, se desangro. Era un paciente critico, pero... algo paso que jamás entendimos. Ni quisimos entender en realidad.


Yo no culpo a nadie. Pero agradecí no tener que asistir, porque si tuviéramos que echar la culpa a alguien, yo tendría que haber iniciado el protocolo más rápido. Verónica no lo superó y solo hicimos como si Elías jamás hubiera existido, pese a los cinco años que trabajó con nosotras. 


Rompí el silencio—Sos buena enfermera. 


—No lo creo. 


—Amas tu trabajo —Dije mirando como sus ojos volvían al presente y el gesto oscurecido se disipaba— A veces siento que si yo no estuviera, no pasaría nada. Pero me iría si no estuvieras conmigo. 


Ella siguió limpiando un poco su chaqueta, después su pantalón. Cuando la mancha se limpia susurro— Solo quiero que estén bien. El turno ya terminó, ¿Cómo vas?


Me estiré sobre el escritorio, guardé los archivos y borré el acceso directo del solitario. Junte mis lapiceras y mi tijera del escritorio, me levanté y vi a los chicos del turno siguiente. Les di las noticias, junto con Verónica e intercambiamos unas risas con el evento de Carmina. Nos despedimos.

 

—¿Qué harás el fin de semana? —Pregunto verónica mientras nos cambiamos, sin darme tiempo me respondió una pregunta que nunca llegaba a hacer —Yo iré a ver a mis padres a la playa, el clima está ideal y hace mucho no los veo. 


—Oh, tengo tantos planes, no sabría por cual empezar —Mentí y abrí el locker mí mirada se fijó en el llavero de corazón. Lo tomé entre mis manos y lo apreté un poco, es algo que no es para mi. No soy digna—Toma, esto es para ti.


Verónica se giró y sus ojos brillaron con entusiasmo. Recorrió con su mirada mí mano y mí rostro, la sonrisa le pudo haber salido de la cara —¡Me encanta! Muchas gracias — lo tomo y le acomodo un poco el peluche, volvió a mirarme mientras lo colocaba en su elegante cartera— me quedo perfecto, prometo traerte algo el lunes. O mejor el mismo, de otro color, seremos hermanas de llavero.


Antes de contestar, ella siguió hablando de los llaveros, y saltó al tema de  su novio, Edgar creo, que la acompañara a la playa. Nos vestimos y nos despedimos con la mano levantada y caminando a lados opuestos. Ella camino hacia los brazos de su novio, que la espera en el auto que está avenida abajo. Y yo, camino tres cuadras extra para evitar ver esa escena, porque el tren que tengo que tomar está a media cuadra de donde Edgar estaciona el auto.


No odio a Verónica, la admiro de la manera más honesta. Es solo que su vida me abruma, no puedo tolerar a alguien tan feliz y tan perfecta. ¡Y se que no es así! Es solo que no puedo creer todo lo que le sucede.  Y es una compañera increíble, porque apoya el turno completo de nueve pacientes en los hombros mientras yo juego al solitario durante cinco horas. Yo debería ser mejor compañera, o mejor enfermera, quizás mejor humano. 


Pero qué más da, las cosas funcionan bien así. Llegaré a casa y el lunes saldré a trabajar otra vez.  Tengo 28 años, mi nombre es Ludmila, y  sinceramente no me importa ni mi trabajo ni mi carrera. Solo quiero pagar wifi a fin de mes y poder vivir moderadamente bien sin tener que hablar con mis padres, o verlos.  Tomé el tren y antes de pestañar, llegué a casa.


Mire hacia el ventilador de techo, mientras miraba el polvo en sus astas. Me quedé dormida sin cenar, el invierno se está acercando tan rápido que ni siquiera llegue a guardar la ropa de verano. ¡Ay, que la temperatura no baje tan rápido! Todavía me gusta andar en manga corta.


Hablando de eso, ese hombre tenía una gabardina. Su rostro estaba casi cubierto por una gorra y las solapas del cuello de la gabardina. ¿Quién era ese hombre? Esa pregunta jamás tuvo una respuesta, sinceramente nunca la busqué ni sabría por dónde empezar sí la necesitará. Así llegó el Lunes, desayuné y volví a hacer el recorrido al hospital. Algo cambió en el ambiente.


Saludé a todos por igual, en silencio con una mirada, entré al vestidor y mientras me acomodaba el pelo debajo de la cofia, noté que faltaba algo. Me asomé hacia la taquilla de Verónica y estaba cerrada.


—Habrá llegado primero— Susurré, camine al servicio y me encontré con mis compañeros de la noche —¿Verónica no tomó el turno?


El chico chasqueó la lengua y comenzó a explicarme y me dio las fichas médicas para que me informe, el estado de los pacientes y actualizo el rumor de los pasillos que no sabía cómo había empezado. Cuando pasaron dos horas, mí supervisor entró y me preguntó por Verónica. Quizás se enfermó, pero nadie se pudo comunicar con ella, el turno siguió sin novedades más que unas preguntas y el rumor expandiéndose.


No jugué al solitario.


De camino a casa, los murmullos eran un poco más fuertes que de costumbre. La gente hacía preguntas y miraba a su alrededor con cizaña. ¿Qué estaría pasando? La gente está actuando extraño hoy.  Cuando llegué a casa, me duché y comí unas tostadas humedecidas. Me senté a mirar mí teléfono y tenía un mensaje de mí supervisor directo y una imagen.


El mensaje decía "debes ver la tele" a las 16hs. Nunca recibía mensajes de compañeros y menos del supervisor, en segundos mí teléfono se enloqueció por la avalancha de mensajes y comenzó a calentarse. Encima solo podía ver notificaciones borrosas.


Eran 16:10hs, entre a uno de los mensajes recientes y solo descargue la foto. Me mandó la  imagen de la pantalla de la televisión. "Encuentran cadáver de personal de salud a metros del hospital" y la foto de Verónica sonriendo, junto a sus amigas en su cumpleaños. Yo no estaba en la foto.





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